Hay un montón de vida en la parte de atrás de casa. Hay un montón de vidas en las arrugas de los ojos que atan esas cuerdas al cielo. Hay un montón de ilusiones en las pequeñas manos que arrancan cada mañana y riegan cada tarde en semanas alternas. Ya hay, y hay para todos, que va siendo hora.
Es difícil, pero a veces se consigue. Se puede conseguir. Puedes no dormir en el tren, no desayunar, pasear la resaca por sitios que ya casi no recuerdas, tropezarte contigo misma, quedarte parada en una esquina esperando a que pase otro tranvía, y al final, sólo al final, puedes encontrar tu plaza en la ciudad de juguete. Y por fin dormir, y comer, y dormir un poco más. Y mientras, sonará esa risa como música de fondo. Esa risa que suena desde hace un montón de tiempo, que es de ese nene que siempre me trata como si fuera tan nena como él.