domingo, 29 de marzo de 2009

viernes, 27 de marzo de 2009

aromáticas


He comprado plantas como quien compra leche en el super, con mi carro y mirando mucho los precios... Después de un par de horas de organizar macetas y rastrillar un poco, esto es parte de lo que ha resultado.

jueves, 26 de marzo de 2009

dedos verdes

A mi abuela la llamaban dedos verdes, y a mi madre le crece todo lo que planta, sea lo que sea y lo plante donde lo plante. Así que yo quiero otros deditos verdes para mí, así que me voy a poner manos a la obra, a ver qué sale...

martes, 24 de marzo de 2009

crecer


Crece rápido. Crece a una velocidad incalculable. Justo delante de nuestras narices, y el pijama que más nos gusta, ya no le vale. Ups!!!

viernes, 20 de marzo de 2009

miércoles, 18 de marzo de 2009

80 botellas de vino


un montón de botellas de vino que venían de Navalcarnero y que han salido de nuestra bodega, se han ido esta mañana y se han colocado en fila india justo al lado del cubo de basura que está en la calle de abajo del todo, la que va paralela a la carretera general... mientras se colocaban para la foto, alguien ha preguntado qué pasaba con ellas... "nada, que estamos pasadas o aburridas de estar siempre en la misma bodega..." no han durado ni cinco minutos...

martes, 17 de marzo de 2009

y yo me pregunto

¿cuántos latido dará un corazón en un mes de vida?

domingo, 15 de marzo de 2009

jueves, 12 de marzo de 2009

banderitas tibetanas en Santa María


Desde que llegamos a casa el viento las va ondeando, moviendo... y los rezos se van rezando solos... y los colores nos protegen... y siempre me acuerdo de nuestro mantra particular... Nada malo puede sucedernos.

lunes, 9 de marzo de 2009

alguien



Alguien está viniendo!!! Que sea bienvenido!!!

sábado, 7 de marzo de 2009

una calle de Dublín


El asturianín me escribe desde lejos y me manda canciones para Leo, y me vuelve a escribir y me manda noticias: "Y dejo para el final lo mejor, ¿a qué no sabes en qué calle vivo en Dublín? No te lo quise decir hasta ahora por aquello de la mala suerte. Es mi segundo regalo. Es increíble las casualidades que te regala la vida. Te lo adjunto. Es lo que veo cada vez que me asomo por la ventana o salgo por la puerta. Así que tendré difícil olvidarme del pequeñín".

jueves, 5 de marzo de 2009

De Bariloche a Bolson



Corría el final del invierno del 2008, en una bella tarde que permitía a los pobladores salir fuera de sus casas para empezar sus labores en el campo, preparándose para la temporada estival y arreglando los destrozos que el invierno dejo tras de si, cuando Don Américo Mol levanto la vista del alambrado que estaba colocando, y, boquiabierto , los ojos bien abiertos, posó su mano sobre el hombro de su hijo haciéndole dirigir la mirada hacia esa insólita visión que no estaba seguro si lo estaba viendo o soñando…. De valle arriba, donde según lo que el conocía, no había mas que el largo y vasto río Chubut, que nacía a muchos kilómetros de distancia, bajaban cinco siluetas de apariencia humana que cuando vieron un cuero de chivo recién carneado oreándose soltaron los pesados bultos que acarreaban a la espalda, estiraron la espalda cual gatos mientras hacían un barrido visual del terreno que les rodeaba buscando al autor de esa carnicería.

-Buenas tardes, Américo Mol, nos saludo mientras extendía la mano, ojiplático, examinando a los recién llegados y únicos visitantes que veía en mucho tiempo.

-Buenas tardes Don Américo, saludo Víctor, guru de nuestra expedición, preparándose para la explicación que sin duda tampoco dejaría nada en claro al poblador.

-Venimos desde Bariloche, continuo hablando, llevamos seis días de marcha con esquíes y nos quedamos sin comida…

No había mas nada que decir, es mas, al gaucho le sobraban ambas explicaciones. La soledad prolongada de esta gente les allana el cerebro y les hace perder curiosidad, pero no perspicacia para darse cuenta que mientras le contábamos nuestra peripecia por las montañas, nuestros ojos miraban ora la cara de los paisanos, ora el pellejo de chivo que colgaba de la puerta de su casa.

Y así fue que tuvimos el primer asado de toda la expedición, al que solo le falto vino. Vino que a don Américo y su hijo les faltaba hacia mas de un largo mes; así nos relato entre lágrimas cuando le interrogamos acerca del preciado líquido.

Hacia ya mucho tiempo que Víctor tenía la idea de llegar de Bariloche a Bolsón en invierno y con esquíes de travesía, cosa que, al parecer, no había hecho nadie todavía. Estos dos pueblos distan 130 km por la ruta 40 y unos 15 autobuses que tardan dos horas en unir ambos puntos amen de otros vehículos particulares, la recorren a diario. Nosotros, al adentrarnos en las montañas al Este de esta ruta, hicimos unos 220 km, nos cruzamos unas siete familias ya a partir de la zona baja del valle del Chubut y tardamos nueve días. Que pelotudos…..puede ser un lógico razonamiento de todo esto que cuento; pero la verdad, que cuando Víctor nos propuso tal aventura, nos llamo a los cuatro que le íbamos a acompañar poderosamente la atención. Si, una aventura, con todo el significado de la palabra, decidiendo cada día por donde ir, donde acampar, por donde cruzar los ríos….sin indicaciones previas, por lugares que no frecuento humano alguno en invierno. Todo esto, comenzando a 20 km de casa…. que grande es la Patagonia.

El equipo lo formamos Víctor, el veterano de 55 años, German, un divertido personaje entre humano y jabalí, Alan, nuestro pendejo a punto de cumplir 18 años, Silvia, de aspecto femenino y fuerza de hombre, y el que escribe, Iñaki.

Comenzamos la travesía el 11 de Septiembre (en el aniversario del golpe de estado contra Allende….que otras cosas pasaron antes de las torres) en el maravilloso bosque de lengas del Challhuaco, con comida para unos 6 días (tiempo max estimado) y energía para muchos mas. El día se presentaba bueno, un lindo sol nos acompañaba todo el camino permitiéndonos además cada vez que alcanzábamos un colladito tener una extensa vista con la que orientarnos hacia donde debíamos ir. Pese a todo esto, las esquiadas hacia abajo fueron torturas…una nieve de mierda en un denso bosque con mas de 20 kilos a la espalda nos hicieron caernos mas que en toda la temporada invernal. Fue así como llegamos al alto del rió Ñirihuau para pasar la primera noche.

Al día siguiente tuvimos que caminar unos 500 metros antes de ponernos los esquíes en los pies para tener que sacárnoslos unas 15 veces en los siguientes 3 km por los vadeos de arroyos. El clima seguía acompañando y la nieve, endurecida durante la noche era ideal para un rápido avance hacia el sureste, buscando alcanzar el río Pichi Leufu. Una vez llegado a éste, hubo que vadearlo porque íbamos a remontarlo siguiendo la margen derecha. Dicho y hecho, esquíes y botas a la espalda, pantalones arremangaos y…..agua por las rodillas al atardecer. Que linda sensación….por suerte, encontramos algún árbol seco para poder hacer un fuego y secarnos y cenar tranquilos.

Levantamos el campamento a las 9 de la mañana, como cada día, entre la segunda ronda de mates, para encaminarnos valle arriba siguiendo el Pichi Leufu. Un largo y amplio valle cubierto por ñirantales en el que, según avanzábamos, íbamos notando como nos alejábamos cada vez mas de toda huella humana, encaminándonos hacia lugares que por unos días, no íbamos tampoco a ver huella alguna mas que de ciervos, jabalíes, liebres y pumas. Todo el día de marcha nos llevo aproximarnos hasta el collado que separa este valle del valle del rió Chubut. Bajo ese paso, todavía con la protección del bosque fue donde plantamos nuestro tercer campamento. Éramos un grupo que funcionaba perfectamente, en poco menos de 30 minutos, habíamos aplanado un terreno en la nieve para armar las carpas, con otro para armar el fuego e incluso un camino pisado (ya que a la noche nos movíamos con zapatillas) para ir a un arroyo a por agua y habíamos juntado leña suficiente para secar las botas y cenar fuera de las carpas, bajo el cielo estrellado.

Tras recoger el campamento al día siguiente, con el calor y empuje que te da el primer mate de la mañana, encaramos el collado. Unas vistas espectaculares fue el regalo cuando llegamos hasta arriba. Eso, y la bajada que nos aguardaba hacia el otro lado, con nieve en buenas condiciones y un sol increíble. Este fue el único punto de la ruta donde, esporádicamente, tuvimos señal de celular. Preparamos un mensaje diciendo que estábamos bien, esperamos durante unos minutos moviendo el celular de un lado para otro, como los zahories, que buscan agua con su vara y cuando una rayita apareció en la pantalla, zas, lo mandamos y nos dispusimos a disfrutar la bajada. Bajamos bastantes metros para luego continuar valle abajo a media ladera, sin perder altura por la margen izquierda del Chubut. Ahí le acertamos, ya que haber seguido el rió por su orilla se hubiera convertido en largo y tortuoso, porque enseguida se quedaba sin nieve y hacia vueltas y revueltas en su camino valle abajo, como desde arriba podíamos observar. Esa noche la pasamos bastante altos todavía, no queríamos perder altura aunque sabíamos que era inevitable, antes o después nos quedaríamos sin nieve. Mucha polenta con poca cosa y un buen fuego amenizaban nuestra conversación a la hora de cenar.

Continuamos a la mañana siguiente todo lo que nos fue posible por las laderas nevadas, pero finalmente, llegó lo que todos temíamos, fuera esquíes y botas, había que añadir esos kilos (que no son pocos) a la pesada mochila que mas por desgracia que por suerte pesaba menos que a la salida por nuestra escasez alimentaria. Teníamos que bajar, y teníamos que hacerlo rápido, no teníamos comida (a excepción de unas barritas de cereal y poco mas), la mochila pesaba mucho y no sabíamos donde encontraríamos el primer lugar para avituallarnos de algo. Fue así, que con la espalda dolorida, desde todavía muy lejos, divisamos unos álamos valle abajo; señal inequívoca de asentamiento humano y por lo tanto, comida. Así funcionaba ya nuestro cerebro, con razonamiento Pauloviano, así es el hambre….En este caso, ver un álamo y babear automáticamente como si fuera el árbol lo que te vas a comer. En ese instante el cerebro dejo de mandarnos la señal del dolor de espalda para permitirnos llegar rápidamente a nuestro objetivo, ya habrá tiempo de doler, pensó por si mismo… Llegamos a la velocidad del viento (que en Patagonia es mas rápida que la luz) y nos empezó a doler la espalda todo lo acumulado al ver que no había nadie viviendo allá…estábamos muy arriba todavía. Nos relajamos, compartimos las ultimas barritas que nos quedaban, miramos el mapa (como si escondiera un trozo de carne) y tomamos fuerza (mas moral que física) para seguir caminando hasta encontrar algún poblador. Casi dos horas después divisamos el cuero de chivo de don Américo Mol, arriba mencionado. Nuestro salvador, este afable gaucho que vivía allá arriba solo con su hijo sin comunicación durante el invierno y casi tampoco durante el verano.

No fue mucho lo que comimos la noche anterior, pero era lo que había, un pedazo de carne que normalmente no alimenta a mas de dos personas, que nos lleno no tanto el estomago como el espíritu. Igualmente, nos renovó las fuerzas y nos hizo darnos cuenta que se nos imponía otro objetivo, mas importante si cabe que el inicial de la travesía, buscar alimento. Bajamos y bajamos el valle con todo el peso en la espalda y en una bifurcación de caminos, la cagamos, nos fuimos donde no era, subiendo ya para acabar el día una larga cuesta que en solo dos zetas trepaba más de 300 metros verticales. Una vez arriba nos dimos cuenta de nuestro error, pero como se dice, no hay mal que por bien no venga. Decidimos continuar hasta encontrar algún poblador para llenar un poco la tripa (objetivo ahora principal) para pensar en como retomar el camino (objetivo ya secundario). Así fue que en 30 minutos mas, encontramos una casa en la que vivía un simpático matrimonio de edad mas que avanzada, o así indicaban los profundos surcos de sus caras. Esta gente había vivido siempre allí arriba. Comentaban que de vez en cuando (una vez al año mas o menos) bajaban a caballo hasta el fondo del valle donde había un teléfono de una escuela y podían llamar un auto que unas horas mas tarde les dejaba en el Maiten (pueblo mas chiquito aun que Bolsón). De otra forma tenían un viaje a caballo de un largo día.

- Buenas tardes, ¿tendrán algo, lo que sea, de comer? Preguntamos al paisano mientras observábamos con expresión depredadora las gallinas y pavos que correteaban por allá alejándose de nosotros como si se dieran cuenta que los veíamos desplumados y en la mesa.
- Siiiiii, como no! Pasen no ma´ que algo vamo´ a encontra´.

Allí nos presento a su señora que precisamente estaba horneando un pan en la cocina de leña con la que calentaban el hogar y hacían la comida. Ella era incluso más pequeñita que él. Metro y medio no debían alcanzar entre los dos, pero rebosaban simpatía y hospitalidad. Allá nos sentamos un largo rato mientras cebaba mates el y nos alimentaba con tortas fritas ella. Después de ese rato, comenzamos a interesarnos sutilmente por las gallinas y pavos que habíamos visto corretear y algún que otro animal que, seguramente, no habíamos visto. Nos comento que tenía chivos, que pena que no llegamos antes porque estaban ahí cerca de casa y que nos hubiera carneado uno. Al pobre viejo no le daba el cuero para subir a casadios a por el bendito chivo, así que seguimos indagando por el lado ave-cazuela. Una rica tortilla de 6 huevos de distintas aves con el pan recién horneado por la señora fue una de esas imágenes que pese a ser fugaz (debido a nuestra voracidad) se te quedan grabadas para siempre y salvo el pellejo de esas lindas aves. Les pagamos lo que (según nos dijeron) creíamos que valía –mas de lo que ellos pensaban y menos de lo que un comerciante-garca-barilochense hubiera cobrado-, pesamos las mochilas, ya que tenia una bascula para pesar chivos, constatamos el porque nos íbamos rompiendo la espalda ya que la que menos (Silvia) llevaba 20 kilos y Alan y yo 27, y nos dispusimos a continuar el camino en busca de mas comida, esto había sido un aperitivo.

La siguiente casa que encontramos era un terreno grande que, como nos contó el paisano, era de una cooperativa de El Bolsón, y a él, con su señora, le tenían de cuidador ya que se dedicaban a la plantación de pinos (especie exótica acá) para sacar madera. Casualidades (pensamos nosotros) o destino (pensó la señora) que el tipo este y German se conocían de haber hecho obras en el Bolsón, ya que German es ingeniero de la DPA (Dpto.Prov.de Aguas) e hizo alguna que otra con el susodicho.

Así fue que ese día decidimos acampar allá mismo, en el terreno de Sandra y….ya que desde allá nos mostró un sendero que bajaba directo al rió Chubut y al otro lado podíamos tomar el camino que debíamos haber cogido este día. Además nos invitaron a cenar, lo cual era razón mas que suficiente para soltar pesadamente los armarios que portábamos.

Esa noche cenamos (yo al menos) como bestias, tres platos hasta arriba de arroz, papas, algún pedazo de carne y otras verduras me dejaron muy por encima de saciado. Pensando cuando iba a ser el siguiente bocado caliente que probaría puse todo mi empeño en hacer el anaconda.

La operación anaconda continuo al día siguiente por la mañana desayunando mate con tortas fritas; tantas que ya la glotis no cerraba, había que empujar con un palo para hacerlas bajar. Mientras desarmábamos el campamento, yo mas retrasado que los demás, observe que estaban todos paraditos mirando unos al suelo, otros al cielo, con las manos entrelazadas y actitud respetuosa. Algo raro me pareció que estaba pasando, de cuando en cuando, mis compañeros me lanzaban mirada de circunstancia con lo que yo, me tome un poco mas de tiempo en hacer mi mochila, no parecía que se estuvieran divirtiendo mucho. Cuando finalmente salí donde todos estaban vi que estaban rodeando a Sandra que, subida en un montículo de tierra daba su bendición a cada uno de nosotros con la Biblia en la mano alzando a ratos la vista para pedirle a su diosito por las almas de estos locos que este le hizo llegar a su morada. A cada uno le tocaba lo suyo, a quien mas bendijo fue a Silvia, ya que no entendía que hacia una mujer entre estos cuatro salvajes, así como no entendía como podía haber llegado desde Bariloche hasta acá por su propio pie (a ella, pese a sus cuarentaypocos años, le costaba hasta subirse al montículo). Así, entre salmos y bendiciones y agradeciendo su hospitalidad emprendimos camino aguantando un poco la risa hacia el rió Chubut, bien abajo de la colina.

El cruce de este rió fue el punto mas critico de la travesía, ya que nos llegaba el rió a los mas altos por la cintura, y a German y Silvia casi les lavaba el sobaco. La corriente era fortísima, estábamos al final del invierno y arrastraba mucha agua del deshielo. Cerca estuvo Silvia de ser arrastrada por la corriente y mandar al garete todas las bendiciones que Sandra nos echo. Yo, por otro lado, al prepararnos para cruzar el rió me di cuenta que me faltaban las gafas de sol, elemento indispensable una vez alcanzáramos de vuelta la nieve. Deje mi macuto y con la ligereza de quien en un instante pasa de pesar 100 kilos a pesar 73, subí corriendo en escasos diez minutos lo que nos costo bajar caminando casi 20. Llegue al lugar donde habíamos acampado, busque por todos lados y al no encontrarlas, me dirigí a la casa donde pregunte a Sandra si habían encontrado mis gafas.

- No, no las vi por acá……pero aguarda un minuto, tú no has subido en vano.

Entro a su habitación y saco un pedazo de papel que resulto ser una oración y me la entrego, haciendo de mí una especie de líder espiritual del grupo. Manda güevos, ¿me servirá esto para no quedarme ciego en la nieve? Pensaba mientras descendía otra vez para encarar el cruce del tremendo rió Chubut.

Una vez cruzamos todos el rió, remontamos este por unos tres kilómetros hasta que llegamos a la casa de los Ramírez, que según nos había contado ….. habían carneado un par de días atrás un ternero. Saludamos y saciamos la escasa curiosidad que sintió el paisano al vernos; en este caso era: Y……van así a pata no ma´? Crusando lo`rio`?

No entendía nada el buen hombre, ellos no caminan 100 metros sin ir en la grupa de su caballo como pudimos comprobar cuando amablemente se dispuso a mostrarnos el camino que subía hasta el paso (como él mismo y nadie mas lo llamaba) de la lenga seca, que abandonaba el valle del Chubut para descender del otro lado del collado a un valle que nos llevaría a la cuesta del Ternero, a espaldas del cerro Piltriquitron. Le compramos toda la carne que pudimos, que coincidía exactamente con toda la que tenía, añadimos ese peso a los armarios y encaminamos nuestros pasos siguiendo al gaucho para que nos mostrara por donde subir. Pensamos que nos iba a acompañar largo rato, ya que se había subido a lomo de su caballo, pero no fueron mas de 200 metros, cuando nos marco la dirección moviendo el mentón hacia arriba con una brevísima explicación: Ahí pa`rriba no má!!

Agradeciendo a Ramírez con un fuerte apretón de manos (acá en el campo, al contrario que en el resto de la Argentina, los hombres no se besan) empezamos la empinada subida para el paso.
Donde acabáramos durmiendo esa noche ya no era tan importante, el que ya era objetivo principal, la comida, estaba cubierto. Así que pasamos la lenga seca, que efectivamente allá estaba y descendimos para meternos en otro valle que, tras una breve subida, comenzó a descender lentamente. Era un camino largísimo, ya teníamos claro que no llegábamos ese día a la cuesta del Ternero, además, quien tenia prisa con un pedazo de ternera y otro de chivo en el macuto…? Solo necesitábamos encontrar un sitio con agua y leña. Más de dos horas tuvimos que caminar hasta encontrar lo que buscábamos. Rápidamente armamos el campamento y el fuego, tomando unos mates mientras preparábamos la carne a la parrilla ingeniándonosla con unos palos verdes y pedazos de alambre que encontramos.

Después de desayunar seguimos camino valle abajo hasta llegar a la cuesta del Ternero, donde ya veíamos claramente el imponente cerro Piltriquitrón que teníamos que atravesar (no sabíamos bien por donde) para llegar al Bolsón. Hicimos una parada y, mientras Silvia se quedo con las mochilas, los otros fuimos a un pequeño almacén, que se separaba unos dos kilómetros de nuestro camino, para avituallarnos. No tenían muchas cosas, prácticamente nos llevamos todo lo que tenían comestible amen de unos cuantos litros de cerveza que nos cayeron tan bien que nos obligaron a una rica siesta a orillas del rió.

Cuando nos despertamos comenzamos a avanzar hacia el Piltri, sin saber por donde entrarle, íbamos preguntando a todo el que nos cruzábamos. La mayoría encogía los hombros como si le estuviéramos pidiendo resolver algún oscuro enigma de física quántica. El que más aproximo una respuesta que nos pudiera servir fue un señor de avanzada edad al que pregunto Víctor:

- ¿Sabe usted si vamos bien por acá para subir al Piltri?
- Siiiiii, por acá subió gente yaaa. El doctor…..estuvo por acá subiendo al Piltri.

Tócate los cojones….., el doctor tal fue una especie de pionero del montañismo allá por los años 50, pero el señor debía andar un poco perdido en el espacio-tiempo porque nos lo decía como si hubiera sido ayer. Agradecimos al paisano mas la intención que la información que nos suministro, y nos dirigimos valle adentro buscando alguna senda que nos hiciera junglear lo menos posible. Y es que junglear en estas latitudes a estas altitudes es realmente temible, mas cuando uno lleva semejante compañero adosado a la espalda, que no solo te hace mas pesado sino que aumenta tu envergadura y tu altura considerablemente. De a poco, el bosque se hacia mas espeso, abandonando el de transición para dar paso a los radales, coihues, cipreses, la punzante rosa mosqueta y sobre todo la temida e infranqueable caña colihue, una prima hermana del bambú que a poca altitud (como los 300 metros s.n.m. a los que habíamos bajado) cierra todos los espacios posibles de avance en los huecos que dejan los árboles entre si. Anduvimos relativamente bien encontrando senderos hasta llegar a un lugar que nos pareció bueno para el acampe, donde dejamos los macutos e inspeccionamos monte arriba para intentar encontrar continuidad a nuestro camino al día siguiente. Nos alimentamos bien ya que nos habíamos avituallado poco antes y dejamos que se extinguiera nuestro fuego antes de irnos a dormir en la que esperábamos, fuera nuestra última noche de travesía.

Comenzamos a caminar el día siguiente con la ilusión de estar a punto de alcanzar un objetivo que en mas de un momento vimos casi inalcanzable, aunque con el temor del jungleo, ya que teníamos que llegar a la línea del final del bosque, que nos permitiría volver a calzarnos los esquíes pero quedaba a unos 700 metros verticales. Poco a poco, ya sin sendero, pero eligiendo bien la dirección, fuimos ganado altura rápidamente hasta llegar a la nieve. Nos íbamos a calzar las botas por ultima vez, esas botas que a Silvia le hacían emitir unos gemidos y unas blasfemias que eran escuchadas en kilómetros a la redonda. Pegamos las pieles de foca y, ya en bosque bien abierto nos encaminamos al oeste buscando un collado por el que pasar al otro lado del Piltri. Era un día caluroso de final del invierno, dos factores a tener muy en cuenta cuando caminas por la ladera de una montaña, ya que en las numerosas hoyas que teníamos que atravesar había indicios de pequeñas avalanchas de nieve primavera (las peores) por lo que las cruzábamos rápidamente y de uno en uno.

De repente, ahí se divisaba, no muy lejos, el collado que nos permitía cruzar el otro lado del imponente Piltriquitrón. La sonrisa se nos empezaba a escapar sola, nos mirábamos los unos a los otros con los ojos brillantes y esa entupida mueca en la boca que mas daba la impresión de que nos hubiéramos fumado cuatro porros. Acelerábamos la marcha como si no lleváramos ningún cansancio acumulado, subíamos y bajábamos para hacernos fotos. Estábamos con los nervios propios de un niño que se despierta el día de reyes para abrir ojiplatico sus regalos.

Y ahí fue que llegamos, mirábamos a un lado y otro del collado. De repente, el Bolsón, que es un pequeño pueblo, se nos asemejaba a una gran urbe, viniendo de donde veníamos. Nos abrazamos, nos reímos y, sin mucha mas dilación, despegamos pieles y bajamos esquiando hasta el refugio del Piltri. Allá nos recibieron, esta vez si, con curiosidad, los refugieros, una pareja de jóvenes hippies Bolsón-style con un simpático bebito al que tanta ropa que llevaba le hacia parecer que por cabeza tenia un guisante. Los ojos bien abiertos, mirando con la curiosidad con la que un bebe observa un perro moverse inquieto por la habitación de un lado a otro. Y es que, incluso al lado de sus padres, dos hippies que Vivian en la montaña, parecíamos mas animales que personas, el olor que despedíamos ya no era tanto de humano como de alimaña. Nos movíamos por todo el refugio, gastándonos bromas mientras saboreábamos la cerveza que allí mismo hacían los refugieros, sacándonos fotos y riendo de cualquier tontería que nos pasaba por la cabeza mientras esperábamos las pizzas que estaban allá mismo amasando.

Una vez acabamos las pizzas y las cervezas descendimos con nuestros pesados bultos hasta una plataforma 30 minutos mas abajo donde nos esperaba un compañero de la DPA de German, que subió a recogernos en una cómoda camioneta 4X4 cuando nuestro ingeniero jabalí le telefoneo desde allá arriba. Poco a poco, según íbamos bajando hacia el Bolsón, nos íbamos dando cuenta de algo que siempre te pasa cuando estas un tiempo asilvestrado. Hueles mal, de hecho, apestas!! No es que te des asco, pero te percatas del rechazo tanto visual como olfativo que vas a producir en aquellos desventurados que se te crucen en el camino. Y es que, como dice Silvia (que tanta risa provoco siempre en aquellos que no lo entienden), en la montaña no se huele…. En realidad apestas tanto arriba como abajo, después de tantos días obviamente sin una ducha, con la misma ropa y sudando debido a la actividad física diaria. Quien no olería? Lo que es curioso es que cuando tu bajas del monte así, antes de cruzarte con un humano que salio a pasear ese día, antes incluso de verle u oírle, le hueles, no huele mal, solo huele, a lo que hoy huelen las personas, a jabón, champú, a suavizante de ropa. Cuando estas viviendo entre personas no lo notas, solo percibes el olor de alguien si se le rompe ese escudo desodorante. Así hemos ido educando el olfato desde pequeños. El caso es que cuando empiezas a estar rodeado de humanos limpios` empiezas tu mismo a oler el pestuzo que arrastras, y nótese que hablo de el Bolsón, que, para los que no conocen este pueblo, nada tiene que ver con una ciudad o pueblo al uso. Un lugar donde lo normal es ser hippie, artesano, horticultor orgánico, vegetariano o rasta-costra….o todo junto. El caso es que a lo que menos huele si paseas por su bonita plaza el día de mercado es a champú o loción de afeitado, de hecho no se me ocurre peor negocio que una sala de cosmética en este lugar.

Pues aun con todo esto, al recogernos el simpático amigo de German allá arriba, mientras bajaba la ventanilla de su lado para poder sacar por ella la nariz, nos decía:

- Cheeeee, hasta del Bolsón les van a echar!!!! Dios Santo.

Aun así, fuimos aceptados en el autobús que nos llevaría de vuelta a casa, en solo dos horas. Era un cómodo vehiculo con mucha amplitud entre los asientos (por suerte para los demás viajeros) ya que era de los que luego van en 23 horas hasta Buenos Aires. Ya ahí, encerrado y rodeado de personas nos dimos cuenta del alcance de la bomba fétida que éramos…por menos que esto empezaron guerras, arguyendo algo acerca de armas químicas o que se yo….ni idea tenían de lo que es eso!!. Además, Víctor, que ya no podía mas con las zapatillas puestas (tenia dos ampollas en lugar de pies), se las saco. Eso hizo que las cabezas empezaran a levantar las puntas de sus narices olfateando en el ambiente algo tan rancio que todavía no podían creer que viniera de un humano. Un chivo muerto del año pasado huele mejor. Poco a poco todas las cabezas fueron enfocando al epicentro de este odo-moto, nosotros, y una vez identificado, varias señoras echaron mano dentro de su bolso para sacar unos frasquitos que, disimuladamente, enfocaban hacia nuestro escudo pestilente y descargaban al unísono. Peor el remedio que la enfermedad, esos perfumes todos mezclados entre sí y con el pestazo nuestro lo convertían en el peor de los olores del mundo. El fuerte perfume hacia que el mal olor se quedara instalado definitivamente en las glándulas olfativas de todos los pasajeros. Así fue que montamos unos 40 pasajeros en el autobús y bajamos 40 cadáveres dos horas después en Bariloche. Por el olor, al menos, se podía pensar que éramos todos cadáveres perfumados en avanzado estado de descomposición….era un asco.

Así fue como llegamos de vuelta cómodamente a la que ya consideramos nuestra casa, este lugar en el corazón de la patagonia en el que, aun viviendo sin prisas, se suceden mas acontecimientos y aventuras que en el resto de nuestras vidas. Aca fuimos recibidos por Nino, nuestro gran amigo pelado y por María, nuestra novia, quien pese a nuestra pestilencia no dudo en darnos un abrazo del que, debido a nuestra mugre, nos costo despegarnos. Y así llegamos a nuestro hogar, pensando en lo bien que nos había ido todo e imaginando cual será la próxima aventura. Es tan grande la Patagonia, tanto por descubrir, tanto por escalar, tantos lagos que navegar, que necesitaremos unas cuantas vidas para empezar a conocer algo; de momento aprovecharemos y exprimiremos esta que, por suerte que no sin esfuerzo, nos hemos labrado.

martes, 3 de marzo de 2009

ELLA

Una vez más la vida me demuestra que las cosas no son nunca como uno las piensa.
Tres meses y medio convencida de que lo que venia a acompañarnos al Rubio y a mi para el resto de nuestra vida (y a todos lo que nos rodean), era un nene y de repente, la ciencia le cambio el sexo y nos trajo una nena. Y la cara de felicidad de Iñaki cuando se enteró es de esas que uno querría guardar en la memoria para siempre.
Ahora tiene la ardua tarea de buscar un nombre, porque el nene ya tenía uno, y le prometí que si era chica él tendría la última palabra.
A mi me da igual nene o nena, los dos me hacen refeliz. La única diferencia es que ahora cuando la hablo puedo decirle “mi nena bonita”….
Ya sólo faltan cinco meses… como pasa el tiempo
….

siesta


Las siestas de ahora son a tres, y son como dormir en una nube, suspendida en el mejor lugar del mundo y sin noción de tiempo extraño.

den den mushi


Den den mushi significa caracol, en japonés. Los den den mushi son, además, una especie de teléfonos que usan los personajes de un manga para comunicarse con otros que están muy lejos. Suenan tal que así "burumburumburum". Una frikada japonesa de esas que tanto me molan.
La familia crece, Naoko ya está aquí. Hoy, para recibirla, nos hemos quedado atrapados en el ascensor...Conichiwa!

lunes, 2 de marzo de 2009

nos vamos a casa

nos vamos los tres a casa, a nuestra casa encaramada en lo alto, a la casa que tiene en frente un pinar enorme, a la casa de las ventanas de madera, a la casa de las escaleras, a la casa inundada de luz, a la casa de los sueños futuros, a la casa que queremos llenar de triciclos, a la casa definitiva de Zarpa y Pita, a la casa de los tés en el porche, a la casa con los cuartos de baño pintados de colores, a la casa de los colchones tirados en el suelo, a la casa de las estrellas colgadas del techo... nos vamos allí, y os esperamos allí a todas y a todos, sentados en el porche o enfrente de la estufa...