martes, 8 de febrero de 2011

Desayunando con mi otra vida en Brooklyng

Ayer desayuné con mi otra vida en Brooklyng. Tomamos té, zumo, y peras raras en el Milk Bar. Parece que todo fue como esperaba. Hablamos del tiempo que lleva aquí, de que, a veces, y casi sin darse cuenta, es feliz. Me reconoció que puede que al final se quede para siempre, porque a ratos, sobre todo cuando cierra la puerta de su pequeño apartamento de paredes azules, tiene la sensación de haber encontrado su lugar en el mundo. Pero al rato cambió de opinión, arrugo la nariz, y me dijo que igualmente me podría decir lo contrario. O sea, que en un par de años se podría marchar , y buscar otro sitio, uno que me guste a mí. Luego ha terminado su té, y ha cambiado de conversación. Se ha apartado el pelo de la cara, y me ha confesado que siempre anda buscando gente que sonríe fácil, también ha hablado tranquilamente de puentes, de gente que los cruza al revés. Después de pagar, me ha mirado muy seria, y me ha pedido que me quedara todo el día con ella. He movido la cabeza afirmativamente, casi sin darme cuenta.

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