Un lunes de cada tres, a la hora que separa un día del siguiente, suena un móvil.
Alguien descuelga, sin contestar. Alguien contesta, al otro lado, a más de 400 kilómetros de distancia, sin hablar. Entre las ondas, forcejean sonidos de un bajo, de un par de guitarras y de una batería que un chico sin gafas golpea sin ningún miramiento.
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