lunes, 17 de septiembre de 2007

escuela de escuchar

Un día de mayo, en la contra de El País, Juan Cruz escribía esto:

Todos hablan y nadie escucha. Ahora, con los ordenadores, tú les hablas y ellos siguen mirando los ordenadores. Se ha sincopado la comunicación: "Aquí, allí, no, sí, déjame en paz"..., monosílabos enigmáticos acaban con todo. Se ha establecido en la sociedad la técnica de la adivinanza.

Antes te miraban mientras te escuchaban, y eso te daba una pista sobre lo que estaban pensando. Ahora las miradas van a un punto fijo, y tú no te enteras de nada.
En las campañas electorales es donde esto se da de manera más dramática: todos miran a un punto fijo, el contrario, a ver cómo lo tumban. Y lo tumban a veces con palabras. Un candidato dice de otro lo que nunca pensaría de su peor enemigo, pero está en campaña electoral, y el insulto está escrito en los prontuarios. Sólo miran a los ojos desde las vallas electorales, y a veces ni eso: miran a la urna.

El otro día me fijé en un caso extremo de incomunicación, en Madrid, en el debate televisado de los candidatos a la alcaldía de la ciudad. Sebastián, el candidato socialista, se sintió impelido a entregarle un papel a Gallardón, su oponente popular, que ya parte con la ventaja de ser alcalde. Sebastián agarró el papel, lo ponderó en el aire y se dirigió a pie a su adversario; éste, a todas luces irritado por esta irrupción extemporánea en el aire que respiraba, le indicó con sequedad visible a su interpelante que debía dirigirse al moderador: "Para que él reparta ese papel". De su contrincante, ni el aire, y no sólo ni el aire, ni la proximidad más remota. Después aparecen en fotos, se saludan, se dan la mano, pero cuando tienen ocasión les niegan hasta la recogida del folio.

Hay un libro magnífico (Sobre la lentitud, Pierre Sansot, Tusquets) que ilustra bien sobre esta interrupción conversacional (¿conversacional?) que padecemos. Dice Sansot: "Recibir, mostrarse capaz de recibir, requiere tanta iniciativa y generosidad como dar, hasta el punto de que los egoístas, los enfermos del intercambio, no sabrán nunca escuchar". Nos forraríamos si pusiéramos una escuela de escuchar.

Empieza un nuevo curso y se abre una nueva escuela. Aquí nos escucharemos, nos achucharemos, nos estrujaremos y nos sonreiremos. Estemos donde estemos, podremos abrir una ventana a esta clase, con pizarra, pupitres, cuadernos a estrenar, lápices, plumas... para quien quiera enseñar algo. O aprender algo. A ver si se nos da bien, tenemos todo un año escolar por delante.

La nuestra es una escuela de escuchar, y además, con rotuladores de colores. Suena el timbre, todas a clase!!

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