Una espera desde la otra orilla arropada de gente que no ve hace años, pero que abraza con la misma fuerza de entonces y ríe con la misma facilidad de siempre, y ve caer por la curva imprecisa de varios brazos dos cajas de sidra, y acaba empapada de un agua que no está tan fría como debería en el norte, y alguien le acaba hablando a mi tripa, como últimamente, y me despido de mi astur, de ese que siempre es el último en deshacer los abrazos.
sábado, 9 de agosto de 2008
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