miércoles, 7 de noviembre de 2007

Kabai


Quería haber hecho esto allí, pero a veces el tiempo no deja tiempo, no te regala momentos en los que poder sentarte delante de un ordenador y dejar que lo que veas, sientas o percibas, fluya sin más de la cabeza a la punta de tus dedos. Así que me toca escribir de allí desde aquí. Y eso significa contar con que algo se quedará por el camino. Pero también está la seguridad de que lo que se quede en rojo, es porque se va a quedar para siempre.

El último recuerdo antes de aterrizar en Munich es un río que recorre serpenteando un continente, un mar luminoso a lo lejos y mi mirada venciéndose por el sueño mientras se concentraba en la condensación congelada en la ventanilla de avión. El resto son todavía como sueños, coletazos de ese viaje que nos ha vuelto a colocar en algún sitio que es más nuestro que nunca. Y es que ahora tenemos otra certeza, y es que después de tanto recorrido, nos sigue gustando viajar, viajar juntos.

Podría empezar por cualquier pequeña historia, como esa en la que nos emborrachamos lo justo para abrazar a Akio sin preocuparnos de que a los de allí les perturba tanto el contacto físico. O por esa que demuestra que la casualidad viaja con uno, y hace que nos encontremos a Keitaka justo en el momento en que los estamos llamando por teléfono. También podría recrearme hasta la saciedad en esa mañana pasada en medio de cientos de monos que se despiojan con el concienzudo amor que lleva consigo lo gregario. Sí, encontré a mis monitos congelados de
Baraka, pero no estaban congelados, sólo mojaditos, pero igual mereció la pena llegar hasta allí y mirarles al fondo de los ojos. Igual podría explicar ese momento en el que nos rebautizamos como Manolito y Francisquilla para intentar sobrellevar las noches mal dormidas y reírnos de nosotros mismos mientras nos rodeaba un idioma imposible hasta en sus cosas más simples. Y recordar esa minúscula habitación de 30 metros cuadrados en la que dormían 16 tíos a cual más de su propio planeta, a cual más a su singular estilo, a cual más ruidoso a las horas más intenpestivas. ¿Y ese momento en el que dejo que la primera cena que hacen Keitaka para nosotros se me deshaga en la boca y miro a Manolito y en sus ojos veo el mismo sabor que en los míos? Luego podría escribir durante horas sobre lo que se siente cuando un terremoto te despierta en mitad de la noche, y lo confundes con un sueño, y luego te enteras que gracias a que era vertical y no horizontal, que si no... También está el sonido de Cascabel, que nos abrió un templo budista para dormir y nos habló en un inglés de otra galaxia. Igual me podría parar en esas hojas rojas, diminutas y divertidas que van cubriendo todas las montañas japonesas en otoño. Porque allí también es otoño, porque también allí da la sensación de que siempre es otoño. Y si me alejo de todo esto y me meto en el mismísimo centro de Tokyo, podría describir cualquier momento de Blade Runner, de ese futuro que nos persigue, de ese futuro que puede que nos alcance. Diego y su casi año y medio en el país del sol naciente. A lo mejor sería capaz de describir esa sensación tan extraña que me provoca ver tantos bolsos de Chanel y Luis Vuitton fuera de los escaparates, andando por la calle, subiendo al autobús, sentados en el metro... Lo que no podría describir nunca, ni si quiera por aproximación, es el silencio, el detalle, el cuidado, la limpieza, el orden y esa prisa, que es la misma que la de aquí, pero elevada a la quinta potencia. Prisa por tener prisa. Un principio de la dinastía Edo. Comer sorbiendo lo más que puedas, porque tienes prisa y tienes que demostrarlo. Todo el mundo durmiendo o agarrado al móvil en el metro. Es el triunfo de Tokyo sobre Kyoto. Es uno de esos triunfos que a veces no entiendo. Como a ratos no entiendo esas posturas que hacen que jóvenes nipones escondan la nariz tras una tira de tela, coloreen sus ojos con lentillas imposibles y decidan pertenecer al mundo de los muertos y celebrar un pincnic todos los domingos de su vida. Las lolitas gotitas por lo menos te regalan una sonrisa y unas fotos sin problemas. Las seguidoras de los colores del arcoíris te dan una V de victoria a la mínima. Y los seguidores de Elvis bailan o pasean tupés abstractos en sus motos. Lo mejor, las abuelas que te regalan un bollo cada mañana y la paloma sagrada de Nagano que quería nuestro desayuno a toda costa. Manolito vestido con un quimono de algodón diciéndome que me huele el pelo a Aluche. Megumi, nuestra panadera de Panamá, que llego trayendo un saco de arroz de las montañas y diciendo que sólo duerme 4 horas al día. Y cuando encontramos, otra vez gracias a la casualidad que nos llevamos desde aquí, el Nana, un bar flamenco del que nos habló un amigo. El monte Fuji, allí a lo lejos, y encontrado como por sorpresa. Los pobres que viven debajo de los puentes y en los jardines, que tienden su colada ordenadamente al sol. La gente invisible que decora los árboles en algunas calles. Puro arte callejero, puro arte natural. El paraíso de los craft. Contar el recorrido que hicimos montados en bici en la ciudad de las bicis. Recordar las dos horas que me pasé en una librería. Dar vueltas y más vueltas alrededor de una restaurante de tempura sin encontrarlo. Al final, comimos tempura. Al final, lo encontramos. Decir que tengo una amiga para toda la vida en aquel lado del mundo... En fin, contar nuestros 15 días en Nippon, llenos y estridentes.

Pero yo no quería empezar por nada de todo esto... Yo quería empezar por Nagano, por un día luminoso en el que paramos delante de una tienda de mascotas y alguien dijo a mis espaldas Kabai... Me di la vuelta, y había un señor mayor, arrugado por la vida, con los ojitos casi cerrados, que señalaba mi espalda, justo donde coloqué mis flores-sueños de México. Kabai... Keitaka me había dicho lo que significaba al poco de llegar, pero yo igual miré al señor como si no entendiera. Entonces él, se beso la palma de la mano y la posó en mi espalda. Kabai... Hay pequeños milagros por los que merece la pena atravesar el mismo infierno.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡bienvenidos titiriteros!!
muchas ganas de veros, en cuanto tengáis to en orden, hay q organizar algo..bss

lasnenas dijo...

Bueno, y qué es Kabai... Keitaka. Me has dejado con la intriga, dices que, cuando se lo escuchaste decírselo al anciano ya sabías lo que significaba, y qué significa? y por qué el anciano se besó la mano y te acarició el dibujo? cuenta, detalla, que intriga, que de preguntas. A qué sabía eso que es preparó vuestro amigo, cuyo nombre no puedo reproducir, el primer día en que llegastéis. Quiero respuestas. Me ha encantado leer tus experiencias pero quiero más.
Soy el moradoazulclaro ( que ha habido

lasnenas dijo...

guau!
y qué es kabai??
cuantitas cosas, me has transportado a nippon.
arigato