martes, 12 de febrero de 2008

juguemos


¿Sabíais que es falso que durante mas de 250 años la India fuese una colonia inglesa. En realidad el control del país pertenecía a una multinacional afincada en Londres que se llamaba Compañía de las Indias Orientales, y que sobre todo contaba con directivos ingleses, pero también franceses? El control mundial de las multinacionales, como veis, no es cosa del siglo XX.

¿Sabíais que la primera gran protesta contra este dominio, que se produjo a mediados del siglo XIX y que tuvo como consecuencia la independencia de la India en 1948 fue iniciada por los "cipayos" -militares indios- que servían a la compañía cuando surgió el rumor de que los cartuchos que usaban para disparar estaban recubiertos de grasa de vaca y de cerdo (en su inmensa mayoría estos soldados eran hindúes y musulmanes)?

Ya antes de bajar del avión me di cuenta que habíamos llegado a India. El tío que salía detrás de mi del aparato me dio tales golpes en la espalda con el equipaje que pensé que me quería violar. Me tuve que volver y medio gritarle tronco, be careful para que parase en sus acometidas (no son maneras de cortejar a una dama, chaval). Luego en la oficina de cambio de moneda del aeropuerto se intentaron colar dos indios, y la situación volvió a su cauce más o menos de la misma forma.

Después me timaron con el rickshaw que me llevo del aeropuerto a Pahargan. Pero vamos, es casi necesario que te timen al llegar. Lo contrario sería como pretender ir al desierto y no pasar calor. De todas formas, me lo tomo todo con más calma que la otra vez que estuve aquí y no me mosqueo por casi nada (al menos de momento). El otro día, uno de los dependientes de una tienda se puso pesadísimo y comenzó a seguirme. No paraba de hablar y yo pensaba, tú dale, dale, que ya verás como te cansas antes. El caso es que al minuto de andar a mi lado, cambio la expresión y mirándome fijamente a los ojos comenzó lo que por el tono parecía un maleficio.

Es extraño porque en Delhi pase tres de los días más felices de los últimos tiempos. Y digo que es raro porque es de esas ciudades que reúne casi todas las situaciones que pueden sacar de quicio a un occidental.

En el hotel que nos hospedamos la otra vez había un dogo argentino que pertenecía al dueño. Cuando pregunte por él, me dijeron que había muerto. De extrañeza, supongo. Un animal tan solemne en una ciudad tan costra, un perro tan grande entre aquellos callejones de mugre.

Lo que me pregunto es si habrá un grupo de empleados del Ayuntamiento que se dedique a recoger cadáveres. El segundo día estuve dando una vuelta de varias horas por la ciudad y vi tiradas en el suelo o apoyadas en la pared a varias personas que probablemente no vivirían mucho. ¿Qué harán con los cadáveres?

Al pasar por debajo de un puente, vi que un chico de unos 13 años estaba tumbado boca arriba y cubierto de harapos. Un ligero temblor le recorría todo el cuerpo y tenia los ojos en blanco. Le miré durante unos instantes y luego pensé en hacerle una foto. Pero no, tú no tienes que ir por la vida como los reporteros gráficos, sacando fotos que servirán como condena o para la llamar la atención del mundo. Así que seguí. Pero después de dar unos cuantos pasos, me volví y saque la cámara de su funda, llegue hasta el lugar en el que el muchacho seguía temblando, me agache, le apunte y finalmente no saque la foto. Es como si en el ultimo instante hubiese sentido que después de disparar el chico fuese a dejar de temblar, simplemente que fuese a morir. Dudo mucho que aquella persona, si es que eso era una persona, viviese más de unas cuantas horas.

De Delhi viaje a Rishikesh, una de las ciudades por las que pasa el sagrado Ganges y que con los años se ha convertido en un parque temático del yoga y alrededores. Es uno de los lugares a los que acuden o en los que se quedan a vivir los babas, los saddhus, los santones. Habían aprendido mucho desde la última vez, cada vez que sacaba la cámara cerca de alguno, me decía money, money.

Deje Rishikesh entre brumas. Eran las 6 de las mañana y los babas se encogían tanto debajo de sus livianas mantas que parecía que iban a desaparecer. Es tan dura la vida de esta gente. Alguna se había levantado y estaba encendiendo una pipa de hahish. Anduve cuatro kilómetros, anduve tanto que me pase la estación. Así que tuve que esperar a que pasase el primer autobús que iba a Haridwar.

Allí compre un billete para Manali. Al lado mío viajaba una indigena que tenia una pendiente de aro colgado de la nariz. Me miraba con una intensidad a los ojos que tenía que retirar la vista. A veces enarcaba las cejas y me apuntaba con la mandíbula. Si hubiese estado en otra situación hubiese pensado que la tía era "camella".

Después de 11 horas llegamos a una ciudad que se llama Shimla y que esta situada a mas de 2000 metros de altitud. Como sólo traía un jersey y unos guantes de lana, mientras esperaba el siguiente autobús, pase un frío de mil demonios.

Eran las tres de la madrugada y viajaba en el bus que me traía hasta aquí. Estaba todo Dios durmiendo cuando de repente empezó a sonar la música a toda hostia. Música india a todo lo que daba el puto aparato. Al principio pensé que el chofer se había equivocado, pero no, la había puesto a conciencia. Los indios del pasaje se reían. Y ni psicólogo ni contar hasta 10. Me levante, me acerque hasta la mampara que separa la zona del conductor de la de pasajeros y le pegue tres hostias al cristal que casi me lo cargo. El ayudante del conductor, que estaba dormitando, se levanto de un respingo, y el conductor estuvo a punto de parar. ¿Qué quieres?, me preguntaba con un gesto. Y yo le conteste en español: Estas loco, cabrón, totalmente zumbado. Después me hizo el gestito este que hacen con la mano. Al final apago la música. Los indios se reían aún más. Vaya país.

Y llegamos a Manali a las 5 de la madrugada. El frió era aún más intenso. Para no pagar esa noche tuve que esperar embutido en el saco de dormir hasta que se hizo de día. Luego me aloje en un hotel del barrio tibetano. Los baños tienen esos retretes en los que te puedes poner de cuclillas. Y, vaya, que a veces parezco una cabra montesa en busca de su gitano.

Hace tanto frío que parece mentira. Además los hoteles no están acondicionados y se pasa peor dentro de las habitaciones que en la calle. Me meto en la cama a eso de las 8 de la noche y no me levanto hasta por lo menos las 9 y media. El momento de desnudarse y meterse bajo el saco y las tres mantas es aterrador. Después tardo más de media hora en entrar en calor. Sí lo sé, tengo que salir de aquí. Mañana me voy para Dharamsala, lugar en el que vive el hermano mayor de Richard Geere, el Dalai Lama. Y luego hacia el sur, hacia el calor.

En el pueblo se está celebrando un festival. Por el escenario de un pequeño teatro al aire libre pasan diferentes grupos musicales y de baile. Lo mismo actúa un chico de la zona con un instrumento local que un grupo de jóvenes hace el playback de una canción de Shakira. Ayer, mientras nevaba, uno de estos grupos que preparan coreografías, cantaba el reggaeton. Esto es más o menos lo que ha pasado hasta ahora.

Cuidaos mucho, mucho, mucho.

El Rana.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

hey...veo que vas aprendiendo de tu primo...si total, el que pierde es el conductor...paciencia oriental rana!!! me alegro de que por fin hayas entrado en la escuela. mil besos de primavera adelantada, cuidate mucho, bailando encima del pupitre te esperamos.

Anónimo dijo...

qué wapo, rana. por un momento he sentido el frío en mis tuétanos. . te mandamos suave brisa de los madriles, rayos solares que te templen los ánimos....dale!

Anónimo dijo...

¿con haciendo el indio, eh?
mola tu crónica, rastaRANA
(y el colega de la foto, ni te cuento).
besos soviéticos.

Anónimo dijo...

Impresionante crónica. Yo también me he congelado leyéndola. Rana, queremos más!!