martes, 4 de noviembre de 2008

Desayunos al sol

Si duermo del lado derecho, descanso más que si lo hago del izquierdo. Y esto sólo me pasa aquí, en Martínez, en un barrio que no es el mío, que está lejísimos de mí, pero en el que he estado tantas veces que es como si me hubiera adoptado un poco, o nada, según se mire, o según quién lo cuente. Hay rayitos de sol que entran por la ventana de Fabi, y me despiertan despacio mientras tú deslizas la mano bajo las sábanas y encuentras una de tantas partes de mi cuerpo. Desayunamos al sol frutillas y tostadas. Yo me ducho y tú corres. ¿Cuánto habrás corrido desde que empezaste en una playa de Tailandia? Y seguimos peleando por buscar cambio todos los días para coger el bondi que nos lleve a donde queremos ir. Y queremos ir a tantas partes... El 60 y el 71 siguen siendo los números mágicos, los que parecen salir de cualquier esquina por la que pasamos. Desde que llegamos aquí no esperamos ni una sola cola, ni en el banco, ni en los conciertos, y siempre hay un sitio para sentarme; en cualquier parte. Ya me he comido mi primera e infinita milanesa con papas fritas, y seguirán otras tantas. Ahora resulta que tengo una prima pequeña de ojos azules y pelo ensortijado que habla su propio idioma, uno que tiene un escueto abecedario que se reduce a Andy. Todo para ella es Andy. Y hemos conocido a gallegos de allá que se vinieron para acá para quedarse, aunque no sé si eso es lo que soñaban, lo que deseaban.... A ratos, ya sabéis que tengo días que me pongo tonta, deseo borrar un día concreto del mapa existencial, y por momentos parece que lo consigo, por momentos parece que nunca estuvimos en Sao Paulo, por momentos parece que llegamos aquí con sólo quererlo, que no hubo avión... Lo bueno es que los malos ratos se pasan. Los míos más rápidos, los de él no tanto, así que hago monerías que a veces funcionan como conjuros. Las paredes de Baires siguen contando historias de muchos colores, tantas que te dan ganas de llevar algún trozo de vuelta a casa. Hemos descubierto que a Leo le gustan las facturas y los timbales. Y ahora sé que mis piernas no aguantan más de 10 horas fuera de casa, lejos de un sofá. Hoy he estado apunto de ir a una ferretería y comprar una ducha nueva, de la que salga el agua con fuerza y ganas, pero no he tenido tiempo. Hoy nos volvemos a echar a la carretera. Serán 24 horas con la cabeza apoyada en una almohada robada, y llegaré.

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