viernes, 4 de abril de 2008

en un talgo, en un día azul


Mañana me voy de periplo a la ciudad que vio nacer a mi abuela, hace, según ella, ochentaytantos años. El motivo del viaje es que mi abuela, que ya conocéis, tan salerosa ella, tan maja y risueña, tan marchosa y bailona, tan presumida; quiere ver al único de sus tres hermanos que vive. "Mi Miguel", dice ella. Su Miguel debe rondar los 90 años y vive con uno de sus hijos. Su mujer, María, a la que llamaban "la negra", y de la que se sigue diciendo que "era una mujer muy rara", murió hace ya algunos años. Mi abuela Rosa recuerda que su Miguel la llevaba a hombros cuando sonaban las alarmas y había que correr a refugiarse bajo tierra, en el 36, después de que cayera Málaga y los nacionales empezaran a bombardear Almería. Miguel la llevaba a hombros, como podía, porque mi abuela, ya con 10 años, padecía dolores en los huesos, por la humedad, dice, que había en esos refugios.
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Pero además, mi abuela se va a reencontrar con la que fue y ha sido una de sus mejores amigas, la Mercedes, la tita Mercedes. Amiga y cuñada, porque la Mercedes se casó con el hermano pequeño de mi abuela, Pedro. Mercedes y Pedro se casaron "con calcetines", lo que quería decir, que se casaron muy, pero que muy jóvenes. El tendría diecisiete. Se querían tanto que Mercedes se quedó embarazada y se casaron de penalti, en una época en la que la gente contaba los meses, hacía atrás, que habían pasado desde el casamiento hasta el parto, para hacer comentarios en los portales, cuando la se sacaban las sillas a las puertas de las casas y se dejaba que las tardes, calurosas, pasaran hablando de unos y de otros. El niño se llamó Pedro, como el padre. La segunda hija de Pedro y Mercedes se llama Amalia, y a ella también la llamaban "guarra" por verse en un hostal con su noviete, que luego sería su marido. Para que aceptaran, de mala gana, un noviazgo, la estrategia era "fugarse", es decir, no pasar una o unas cuantas noches por casa de los padres. Entonces, se suponía que habías probado la miel y te tenías que casar con aquel con quien te habías fugado. Y entonces los padres lo aceptaban. No les quedaba otra.
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Estos días voy a escuchar tantas historias que no me llevo el cuaderno habitual, sino uno más grande, para que me quepa todo. Tengo ganas y estoy nerviosa, porque nunca he viajado sola con mi abuela y a veces hay que tener mucha paciencia con las personas mayores. Vamos este hotel, en pleno centro de Almería, al lado de la Catedral. Y estoy ansiosa de que me lleve al paseo a tomar tejeringos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Bonita...? No. La verdad es que 'preciosa' es la palabra que le pega a la historia (o al post).
Qué suerte la tuya de tener a alguien cerca sobrado de vida.
Un beso, risa contagiosa.