En la calle de la Sombrerería ya no se venden sombreros, pero está esa tienda en la que venden todo el material necesario para los caballos, el bar que abre tan tarde y que siempre tiene un perro a la puerta, el horno de las empanadas y el edificio en obras perpetuas. Y al final, justo al final, cuando parece que la calle ya quiera acabarse, hay unas puertas mágicas, unas puertas que seguro que te llevan a otros mundos, a otros lugares. Ayer llamé flojito y no contestó nadie. Ayer pensé en hacerme okupa de otras realidades.
miércoles, 2 de abril de 2008
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