martes, 21 de octubre de 2008

en mil pedazos

A Méndez le entregó el bolso grande y rojo un señor mayor, que se lo encontró tirado en la calle, justo al lado de una ventana. No sabía qué hacer con él, así que lo llevó al Centro Cultural que estaba justo allí al lado. Nada más irse el señor mayor, Méndez llamó a la policía, que le dijo que si podían se pasarían a lo largo del día. Méndez pensó en la persona a la que pertenecía el bolso grande y rojo y se dio cuenta de que a lo largo del día era demasiado tiempo, así que tomó la decisión de husmear para encontrar algún teléfono de contacto, algo que le llevara hasta la dueña de aquello. Le costó, pero al final dio con ello. Aquel nombre y aquel número de teléfono en la factura de alquiler de una furgoneta tenían que ser del hermano de la dueña. Marcó y esperó. Sí era él. Le dijo que enseguida llamaba a su hermana. También le dio las gracias. Méndez colgó y subió unas fotocopias a las clases de inglés del segundo piso. Luego fue al baño y volvió a su sitio. Cuando estaba por empezar a leer el periódico, llegó una patrulla de la policía. Le preguntaron por el bolso grande y rojo, y él les dijo que ya estaba todo arreglado, que se había puesto en contacto con la dueña.

A ella le sonó el móvil justo cuando quitaba la llave del contacto de la furgoneta. "Apunta este número de teléfono y pregunta por Méndez, que tiene tu bolso. Ya me contarás qué ha pasado que me tengo que meter a dar clase ahora mismo. Un beso", le dijo su hermano. Ella entró volando en casa y llamó a Méndez. Lo primero que hizo él fue disculparse por revolver sus cosas, "pero la situación lo requería", le dijo. Ella le quitó importancia, le dio mil veces las gracias. Méndez le dijo que estaba toda la documentación, que no se preocupara por el engorro de tener que volver a renovar todos los carnets. Ella le preguntó por las llaves. Sí, estaban allí. A ella se le aflojó la mandíbula, pero el enano que llevaba dentro seguía subido, casi agarrado, allí arriba, a la parte izquierda de la barriga, justo debajo del corazón, como si allí no pudiera pasarle nada malo. Siempre que ella estaba nervioso, intranquila, y de los mismísimos nervios, se colocaba en el mismo sitio, en el de "nada malo puede sucedernos". Méndez le dijo que él no trabajaba por la mañanas, así que ella quedó en pasarse al día siguiente por la tarde y así conocerle. "Te vas a encontrar a un señor mayor, de 43 años, al que le gusta que los planes salgan bien. Sabes dónde dicen esto, pues lo dice Aníbal siempre que acaba un capítulo de 'El Equipo A', y es que a mí me encanta que las cosas acaben bien, así que espero que esta llamada te haya alegrado el día. ¿lo he conseguido?", le preguntó. Ella no pudo evitar una sonrisa, pero a la vez volvió a ver como se rompía en mil pedazos la ventana de la furgo, como se hacían añicos tantas cosas, como reventaba la confianza. También se preguntó por qué hay gente por el mundo con planes tan chungos en la cabeza. Se le quedó algo por decir en la garganta, llegó hasta pensar que hubiera sido mejor que aquellos dos chavales de la moto le hubieran dado un tirón nada más salir de la furgo con el bolso colgado del hombro derecho, pero a Méndez le dijo que sí, que le había alegrado el día, que mil gracias.

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