lunes, 26 de mayo de 2008

Crudo


Naoko canta Doraimon, Bola de Dragón y Candy, Candy. Canta las canciones con las que hemos crecido en su lengua materna y nos hace gracia escucharla. Naoko es tan proporcionadamente pequeña como los trocitos de salmón y atún crudos que corta con un cuchillo desproporcionadamente grande para sus manos. Se mueve entre el arroz apelmazado como una mariposa de cabellos lisos y negros.
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Corta la verdura y prepara la tempura sin hacer ruido, sin casi respirar. Tan concentrada que parece que está tejiendo seda, bordando vainicas, coloreando un cuadro con un rotrin de un milímetro, con precisión y delicadeza absolutas. Verdes, naranjas, blancos, marrones…las hortalizas pintan en pequeñas porciones los platos blancos mientras ella desmenuza con otro cuchillo enorme la col. Coge los trocitos de calabacín, de zanahoria, de cebolla, de pimiento…con los palillos. Los moja en harina mezclada con hielo; los vuelve a coger y los echa suavemente en el aceite caliente.
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Prepara sushi y nos enseña a enrollar el arroz, el pescado y el aguacate. Un poco de wasabe, un poco de salsa de soja, lo enrollas en plan cucurucho y te lo comes. Naoko me ha descubierto hoy que pese a lo preciosa y sugerente que es la comida japonesa, puede entenderse como algo normal. Como un burrito mejicano o como un calzone italiano. Se pone todo dentro de algo con lo que se enrolla y se come.
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Ha sido como normalizar un diamante, como popularizar un bolso de Louis Vuitton. Y me ha gustado. Porque sigue siendo una comida peculiar, todo tan chiquitito, todo tan bien cortado y colocado, todo tan atrayente a la vista, con un olor sutil. Y todo en una mesa de comedor alrededor de la que hemos comido tan a gusto unos cuantos.
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Sushi de andar por casa. Gracias, Nao!

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