domingo, 4 de mayo de 2008

Dos gatos y una promesa


El sobrino de Rosa, Perico, era el mayor de siete hermanos. Él era el único niño. Hacía todos los recados del barrio, hasta que se cansaba de hacerlos. Una tarde lo mandaron a comprar una cebollica donde el Juaico. Cuando volvió con la cebolla, lo mandaron a por unas acelgas donde el Juaico. Cuando volvió, con el recado hecho, lo mandaron a por un pimiento morrón donde el Juaico. Eso no lo trajo a casa. Cuando su tía Rosa le gritó, al cabo de una hora...
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- Perico, ¿dónde está el pimiento? Hijo, que te estoy esperando para echarlo al guiso.
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- No lo he comprado, tita Rosa
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- Ay madre mía, ¿y por qué no lo has comprado?
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- Porque el viento se ha llevado el dinero
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- ¡Ay Perico, como te coja no sé lo que te hago!
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Asomada a la ventana, la tita Rosa observó cómo el Perico sacaba dulces de los bolsillos, y se los metía en la boca. A ella se la llevaban los demonios.

A Perico le gustaban los dulces. Entraba en la confitería La Colmena, la de la Paca, frente a la Puerta Purchena, y se comía todo el olor que había allí dentro. Algunos días, pasaba tanto tiempo dentro, que cuando volvía a casa, olía a bizcocho, a pionono, a merengue.

- ¿Qué quieres, Perico?

- Dame dos gatos y una promesa

- A ver, enseñame los reales

- Mira, mira

Entonces la Paca le cogía los gatos más hermosos y la promesa más grande y se los envolvía en papel que ataba con cuerda. Al final de la cuerda hacía un nudo de tal forma que Perico pudiera llevar el paquetillo enganchado en un dedo. Y el niño se paseaba con los pasteles atados al dedo como si fueran globos de feria, volando hacia abajo. Llegaba hasta el Barrio Alto, donde familias humildes y gitanos compartían vida, y repartía sus tesoros dulces con sus 6 hermanas, pero siempre se guardaba para él las orejas de los dos gatos de chocolate.

En la cocina, la madre de Perico, la Mercedes, removía los garbanzos y las acelgas. Pelaba un tomate y unos ajos, cortaba un pimiento verde (…)

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